Juego: desde lo lúdico a lo motivador

Desde el sentido común pensar en los jóvenes en general, o puntualmente en los jóvenes con alguna discapacidad, nos aleja de la dimensión del juego. Sin embargo el juego y el jugar ocupan un lugar fundamental en la vida de cualquier sujeto

Más allá de considerar al juego como una dimensión inherente a una etapa de la vida, la niñez – la infancia, es importante empezar a comprender que esta actividad permite mucho más que sólo adquirir placer. Es decir: el juego es mucho más que únicamente una actividad recreativa y muchas veces se convierte en la herramienta imprescindible que relanza, afianza y genera nuevas y mejore aptitudes.

Por lo tanto, ¿cómo no incluir al juego en el trabajo con jóvenes con discapacidad?, considerando que en dicha área de trabajo apuntar a intervenciones que propician aptitudes se vuelve indispensable.
El juego se define comúnmente como una actividad que realiza una o dos personas en la cual se “ponen en juego” alguna capacidad o destreza. Desde este primer punto de partida ya notamos varios aspectos enriquecedores de dicha tarea. Por un lado al ser en sí misma una actividad ya nos ubica en el plano del hacer en contraposición a la pasividad o la quietud, el juego entonces obliga al movimiento favoreciendo así el mantenerse activo.

Avanzamos un poco más y nos encontramos con la condición de realizar esta actividad con al menos un otro, en presencia o no, con lo cual nos acercamos a la idea del grupo. En el mejor de los casos se puede sostener y desarrollar un juego con otros, acercándonos al par, al compañero, estimulando así un encuentro, creando un lazo social. Pero es importante aclarar que si bien en el mejor de los casos el juego se desarrolla con algún otro presente, real, también es posible suponer un otro que alterne nuestras acciones y por ende se pueda generar otro tipo de intercambio. Por último, se entiende como la puesta en práctica de alguna capacidad o destreza, por lo tanto necesariamente implica el uso de ciertos recursos cognitivos, mentales, intelectuales que adquieren relevancia y permiten hacer uso de dichas capacidades para mantenerlas activas y “frescas”.
Entendiendo así lo importante del juego se nos abre un nuevo requerimiento: poder adaptar los juegos de acuerdo a cada etapa vital. En este sentido, se entiende el juego como algo plástico y flexible que debe estar presente a lo largo de nuestras vidas y que presenta una plasticidad tal que es posible adaptarlo de acuerdo a la franja etaria y a las posibilidades de los sujetos que participen de él, teniendo en cuenta no sólo los recursos cognitivos sino también los intereses. El juego se presenta como una herramienta de estimulación cognitiva/intelectual como también una fuente de motivación.
Desde esta perspectiva, el juego se transforma en un motivador por excelencia. No sólo desde el supuesto de que genera placer, y por ende, ganas de experimentarlos sino también porque apuntando a los intereses y capacidades de las personas involucradas en ese jugar se estimulan áreas determinadas y se brinda un escenario donde el disfrutar, el encuentro, las capacidades y las posibilidades aparecen y se desarrollan.
Como se planteaba con anterioridad, jugar implica competencia, entendiendo a la competencia en su doble sentido: como una capacidad, una destreza que se tiene que hacer presente para usar y desarrollar la actividad en concreto, y también como una competencia con otro (nuevamente presente o no) que permita poner en juego lo potencial, el deseo de superación y en tal caso la tolerancia a la frustración.
En conclusión, es imprescindible hacer uso del juego como una herramienta que nos permite experimentar el placer de una actividad en sí misma como así también el placer que se juega en el encuentro con los otros, nos da la posibilidad de utilizar nuestro capital simbólico e intelectual, nos permite el movimiento en contraposición a la fijeza: aspectos que se vuelven necesarios y útiles para plantear actividades a jóvenes con alguna discapacidad.

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